sábado, 25 de febrero de 2012

Madrid: El Club Allard, sin abrir la boca



Ir al Club Allard y no cenar es una de las mayores torturas a las que me he podido someter en mi vida. Es como asistir a un desfile de moda en el que todo es gratis, sabiendo que no te caben ni los zapatos que llevan. Algo que, por otro lado, concuerda con mi caracter pseudo masoquista, ese que me impulsa como un resorte a la cocina a hacer todo tipo de pastelería cada vez que me pongo a dieta.

Tras dos intentos fallidos en los que tuvimos que anular, al fin conseguimos cuadrar agendas de amigos y propias y poner cita, con tan mala suerte que una gripe estomacal me tuvo la noche previa destrozada... y no pude tomar más que un caldo de berza.
Reconozco que había oído hablar infinidad de veces del Club Allard, y que me entraba por un oido y me salía por el otro. Y reconozco que cuando le dieron la segunda estrella Michelin algo se iluminó en mi cerebro e hizo que, en modo automatico, buscara el telefono y reservara. Lo que no puedo creer todavia es que no haya probado más que la silla y el tacto de los manteles de hilo.



Diego Guerrero, que sale a tomarte la comanda personalmente, debió flipar con mi presencia a modo de espectadora y se apiadó de mi trayéndome un caldito impresionante, aunque yo cada vez tengo más claro que lo que no haya visto un cocinero de un comensal, no lo ha visto nadie.

Su cocina, es limpia, delicada, creativa, divertida, armónica y bella. Podéis adjudicar algunos de estos adjetivos a lo que experimenté personalmente a través de alguno de mis sentidos (la vista y el olfato fundamentalmente) y a lo que me iban contando al alimón tres de mis gastrónomos favoritos: Andreas Kubach, Mar Ruiz y Manuel Tellez. Gracias a ellos os diré que lo que se debe experimentar con los raviolis de alubias de Tolosa en infusión de berza,  debe ser algo parecido a lo que debí sentir yo cuando entré en Diverxo por primera vez y juré amor eterno a David Muñoz. Los raviolis, suaves y delicados, descansan sobre un caldo oscuro de berza o repollo (y ese SI lo probé) rodeados de unas falsas alubias esferificadas que contienen el chorizo y de piparras fritas en el centro del plato. El huevo con pan y panceta crujiente sobre puré de patata rompe en una explosión de sabor y textura. El mini Babybell de camembert trufado de aperitivo es diferente y divertido (un clásico de la casa). Y así otros tantos entrantes y platos que me hicieron salivar, morir de envidia, flipar con comentarios y desear que volviéramos pronto para poder ser ya parte activa de su secta.

Lo que nadie imaginábamos es que Diego Guerrero, que para colmo de genio es un tipo entre atractivo y tímido, mantiene el nivel hasta el final. Los postres comienzan tranquilos, pasan por su fase naïve con una preciosa pecera de helado, coral de galleta y un mejillon de nacar y chocolate montado en una copa riedel sin tallo. Literalmente es como comerse una de esas preciosas bolas navideñas llenas de agua y nieve. Y llega al sumum con su huevo poché, el último postre, brutalmente bello (y del que pongo foto porque si no, sé que no me creereis) y que no es más que una versión hipster y preciosista de un huevo kinder: lo que parece un huevo entero de corral, con cáscara de chocolate blanco deja ver al romperse la "yema" de mango y la "clara" de coco.... sin palabras.



Se que esto es como enamorarse de un tipo con el que no has cruzado palabra, así que por el momento el Club Allard, Diego Guerrero y su cocina son para mí un tipo de Jon Kortajarena gastronómico. Ahora, me debato entre volver o jurarle amor eterno sin abrir la boca.

www.elcluballard.com
C/ Ferraz, 2  28008 Madrid
T: +34 915 59 09 39

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